sábado, 9 de julio de 2022

EL MUNDO PERFECTO DE LOS PATOS

 


Por si alguien pregunta, el paseo ha estado bien. 

Hemos salido de la casa de ladrillo rojo al atardecer, a la hora de siempre, por el camino de grava, la misma fila de borregos de todos los días. Una vez en el estanque, Ellos nos han dado diez minutos para descansar y nos hemos fumado un cigarro mirando los patos: ahora me zambullo, ahora no, ahora sacudo las plumas, ahora no. Hoy nadie ha dicho: ¡Anda, mira, patos! 

En los primeros paseos es algo que se dice sin pensar porque todo brilla y el campo huele a nuevo: los árboles, las acequias, el camino de grava, y por supuesto los patos. Uno nunca cree que vaya a haber patos donde luego hay patos. Por eso sorprende verlos, es inevitable. Como también es inevitable no sentirse en armonía con el universo en su presencia, tomarse las cosas de otra manera; creerse, quizá, capaz de mejorar, de hacer lo correcto. Putos patos. Cuando los vi por primera vez sentí que me revelaban un secreto, como si dijeran: mira con qué poco me conformo, observa mi sencilla existencia. Tú también puedes ser como nosotros. El mundo perfecto de los patos. Por un momento pensé que podía recoger mis cosas y volver a casa. En realidad todo es un espejismo, esa paz que transmiten, ese flotar despreocupado, el engañoso reflejo de sus plumas tornasoladas, esa supuesta sencillez… Todo es una farsa. Una trampa de la naturaleza. No conviene fiarse de los patos. Nosotros sabemos que sus vidas también están huecas. Los hemos observado durante mucho tiempo, durante muchos paseos. Te prometen el oro y el moro, y luego nada. Los patos siguen a lo suyo y nosotros a lo nuestro. Aquí los odiamos. Hoy he fantaseado con lanzarme al agua, agarrar a uno por el cuello y apretar con todas mis fuerzas hasta que dejaba de mover las alas. 

Después del descanso, era casi de noche y hemos regresado por el mismo camino de grava, como todos los días, los mismos borregos de siempre. Una luz blanca salía por las ventanas de la casa de ladrillo rojo. Docenas de polillas revoloteaban alrededor de los quicios. El aire olía a comida de hospital, a sopa de sobre. 

En el jardín, justo antes de entrar, Ellos han vuelto a contarnos: estábamos todos. 


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