miércoles, 9 de octubre de 2019

LA DICTADURA DE LOS GATOS


En Chauen gobiernan los gatos. Ellos marcan los días festivos en el calendario y sintonizan la televisión después de las tormentas. Los gatos deciden el límite de velocidad en las carreteras, hacen la ley y la trampa, aprueban o no los casamientos. Los gatos pintaron las calles del color de las lobelias y por eso Chauen es azul. Quizá demasiado azul. Porque son los gatos (y no los perros, ni las cabras) los amos de la medina, los que interrumpen la marcha de los turistas por las callejuelas, los que caminan como si fueran dioses de cuatro patas a los que poco les importan los hombres y sus guerras y sus quehaceres del día a día. Y también son ellos, los gatos, los que se enzarzan en falsas peleas cuando les viene en gana, y tiran al suelo una maceta azul que estalla en mil pedazos, ¡plas!, y los turistas asustados, ¡Oh!, y la escoba de la paisana, que llega tarde, golpea los adoquines, ¡puf!, la misma escoba que luego barre los pedazos rotos de la maceta, ¡ras!, y la tierra húmeda y marrón, ¡ras!, y las flores moribundas y azules, ¡ras, ras, ras! Y mientras tanto los gatos maúllan a carcajadas desde lo alto del minarete, como falsos muecines llamando a la oración. Así se fragua la dictadura de los gatos en Chauen. Pero sus habitantes lo tienen asumido, miran para otro lado, se encogen de hombros; aseguran que podría ser peor. Dicen que si gobernaran los zorros o los dromedarios... ¡a saber de qué color pintarían las calles!


Relato Finalista en Zenda "Historias de Animales" 2019

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